Los jueves del futuro
Tú más que nadie sabes que el ejercicio nunca ha sido mi
fuerte.
Y sin embargo ahora corro treinta kilómetros a la semana y
en verano
ya no sudo cuando hacemos el amor, solamente un poco
cuando follamos.
Mi bolsillo se ha ido agrandando, y tiene pequeños agujeros
por los que las monedas caen a veces. Nos reímos, nuestra
risa es tan fuerte
que tras ella se pierde el sonido de las monedas que se
cuelan
en la siguiente alcantarilla. Y da igual el dinero entonces.
Ya no te hago subir al cielo cada día, dices, pero te he
llevado a las alturas
dos veces este año. Hemos mirado hacia abajo y nos hemos
besado,
porque lo del muérdago siempre nos pareció tal chorrada
que preferimos darnos besos de tornillo en los teleféricos.
Bajo las nubes,
aunque sean de tormenta.
Conoces mi
cuerpo y sin embargo no sabes aún
cómo sabrá la
sal en mi cuello a los treinta y cinco años. Conoces
mi lengua
pero no puedes adivinar qué te dirá
mientras
estamos mirando los rascacielos colgados del edificio
más alto de
Nueva York.
Alguna gilipollez, seguro.
Creo en tus infinitos tús y en que mis hombros encogidos
están a punto
de estirarse. Y que, como llevamos años durmiendo muy bien
el uno junto al otro,
vamos a despertar y nos vamos a llevar el universo por
delante.
Así que por mucho que aprendas los pliegues de mis manos y
por más que estudies
quiromancia
tendrás que quedarte aquí para ver cómo se convierten
en el molde perfecto para acurrucar en ellas tu cara
y descansar el resto de tu vida.
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